arquitectura y hogar

La Casa del Infinito

casa-del-infinito-domusxl-1Cada proyecto de Alberto Campo Baeza (Valladolid, 1946) constituye un acontecimiento. Primero porque no se prodiga mucho. Es de los que opina que un arquitecto que merezca la pena no puede construir mil edificios, por mucho que te impida hacerte famoso, un ‘starchitect’. “Creo que hay que coger solo las obras que puedes controlar y volcarte en ellas con intensidad”. Desde esa premisa surgen proyectos siempre asombrosos por todo lo que expresan con el mínimo de elementos. Pero que nadie le llame minimalista, porque lo detesta. Su lema es que si puedes contar algo con dos palabras no lo hagas con veinte, y eso lo considera más bien propio de la sobriedad y la precisión.

En su última vivienda, la que ha llamado muy oportunamente la Casa del Infinito, ha vuelto a aplicar su filosofía constructiva a rajatabla, hasta el punto de que la considera la más radical, que ya es decir si nos atenemos al resto de su obra. El punto de partida es en apariencia sencillo: “Se trata de un cajón donde la cubierta desaparece y se queda fundida en la arena”, explica de esta vivienda de 750 m2, levantada en primera línea de playa de la bahía de los Alemanes, junto a Zahara de los Atunes (Cádiz). Que conste que no hay nada ilegal en su construcción. Allí se erigió la primera casa de veraneo de la zona, y como al venderla a sus actuales propietarios tenía defectos constructivos, se pudo tirar para hacer una nueva.

Los clientes son un matrimonio belga, él empresario y ella arquitecta, quien acudió a Campo Baeza esperando de él una de sus viviendas blancas construidas en Andalucía. A lo mejor pensaba en la Casa Guerrero, una caja ensimismada puesta en mitad de un campo de cultivo junto a Vejer de la Frontera, no muy lejos de su playa. Pero ahí correspondía otro color, el de la arena, que lo proporciona el mármol travertino romano que compone la fachada, que también alude a las cercanas ruinas de Bolonia. “Intento entender los sitios antes de hacer nada. No impongo una arquitectura abstracta, cruel y dura”. En zonas con un entorno “agresivo” se decanta por desarrollar proyectos más introvertidos. Cuando hay un paisaje que aprovechar, surgen sus poéticos miradores al infinito.

La Casa del Infinito cae sin duda en esa segunda clasificación. “Hemos levantado una casa como si de un muelle frente al mar se tratara. Es un podio coronado por un plano horizontal, despejado y desnudo, donde nos situamos frente al horizonte lejano que traza el océano, mirando a la puesta de sol”, describe este vallisoletano que se crió en la ciudad de Cádiz y tiene su estudio en Madrid, donde quizá se encuentren más libros de poesía que de arquitectura. Precisamente, su aguda sensibilidad ha hecho que este año le hayan nombrado académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. También le avala su trayectoria docente. Catedrático de proyectos de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, la ETSAM, también ha impartido enseñanza en la universidad de Columbia (Nueva York), en la Bauhaus de Weimar y la ETH de Zúrich, entre otros muchos centros docentes repartidos por todo el mundo.

Otra forma de explicar el proyecto es atendiendo a su distribución. En un primer piso se encuentran los cuartos de los niños y una salida al jardín, que es de arena y, por tanto, se confunde con los límites de la playa. En la segunda planta están el dormitorio principal y las zonas comunes, como el salón y el comedor, que ya disponen de vistas al mar, por encima de una duna. Arriba queda la no-cubierta, el plano de 20 por 36 metros, que está destinado a ser el principal espacio de la casa, donde más tiempo pasen sus residentes. Esta “alfombra de Aladino” cuenta con una sobria piscina, unos muros “orejeras” para protegerse de los fuertes vientos del Estrecho y sombrillas de quita y pon. Asimismo, ejerce de vestíbulo o entrada, pues es el primer espacio que uno se encuentra una vez se traspasa el muro que da a la calle. Mejor recibimiento que semejante contemplación del Atlántico, confundiéndose con el azul intenso del cielo, no cabe.

La clave es partir de concepto bien definido. No en vano, Campo Baeza es autor del libro ‘La idea construida’, una referencia en teoría arquitectónica, que va por la novena  edición desde que se publicara en 1996 y está traducido a varios idiomas. “Sirve para la arquitectura y para cualquier labor creadora”, advierte. El ensayo se opone por principio al triunfo de la mera ocurrencia: “A alguien se le ocurre un edificio en forma de pera, y entonces la gente, ignorante, se arrodilla delante extasiada: ‘Oh, ha hecho un edificio en forma de pera’. Pues no. Hay que tener en cuenta que las ideas permanecen, mientras que a las formas las devora el tiempo”.

En esta vivienda la inspiración surge al contemplar un aguafuerte de Rembrandt, ‘Cristo presentado al pueblo’. “Siempre me ha fascinado. El pintor traza una línea perfectamente recta y horizontal. Es el borde del potente estrado o podio sobre el que se desarrolla la escena. Allí, como Mies van der Rohe hiciera tantas veces, el plano se convierte en línea. Estoy seguro de que a ambos nuestra casa podio les gustaría”. Otra referencia ineludible es la casa Malaparte, colgada de un acantilado de la isla Capri, cuya larga azotea es un mirador al Mediterráneo. Su encanto es tal que, más que servir de escenario para la película de Godard ‘Le Mépris’ (1963), la llega a protagonizar, junto a una bellísima Brigitte Bardot.

Antes de todo de eso, sin embargo, está la luz, el principal elemento compositivo para Campo Baeza. “Es un material, lo dice el propio Newton, y el más lujoso con el que trabajamos los arquitectos, pero como nos resulta gratis, no lo valoramos”. En la Casa del Infinito se irradia a través de lucernarios estratégicamente colocados en el plano superior y por los huecos de las ventanas, que se asoman a un paisaje inmediato de lentisco y azebuches recién plantados; son las especies autóctonas del lugar. Las palmeritas que había antes se arrancaron para que siguieran dando sombra en otro lugar. Había que librarse de impurezas.

Fotos: Javier Callejas

* Este artículo se publicó el fin de semana del 1 de junio (2014) en la revista Fuera de Serie, suplemento de los periódicos Expansión (sábado) y el Mundo (domingo).

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